El año 1998 fue terrible para mi.
Una situación personal desgarradora puso mi vida ante un doloroso desafío.
La opción era simple: superarlo o hundirme en la desolación.
En medio de la confusión, el Gran Misterio me sacó de la ciudad y me colocó en el lugar indicado. La selva salteña de Tartagal, donde por el trabajo que estaba realizando visitaba con frecuencia a la gente de las comunidades chané y wichi.
Entre mates y caminatas les conté lo que me estaba pasando.
«Soltá todo«, me acuerdo que me dijo una persona muy sabia de la comunidad Yacuy.
Yo no entendía mucho en ese entones, así que empecé por soltar lo que tenía a mano: me saqué las botas de trabajo, dejé mi mochila en el rancho, abandoné el protocolo de trabajo del día y me fui a caminar sola por la selva.
Caminé sin rumbo, entre lapachos, enredaderas y sauces. No sabía bien lo que tenía que hacer, si es que tenía que hacer algo.
«Soltá, soltá«, me repetía a mi misma.
«¿Cómo voy a soltar justo ahora?» me decía mi parásito mental, con su diálogo incesante: «Este no es tiempo de soltar, es tiempo de resolver, de solucionar, de arreglar este problema!»
Abrí los brazos, como pidiendo auxilio a los árboles.
Mágicamente, los árboles parecieron extender sus ramas hacia mi, ayudándome a soltar de mi campo de energía todo lo que estaba de más. El aroma de su verde medicina me envolvió.
Una bandada de loros pasó sobre mi cabeza y me atravesaron con sus miles de voces superpuestas, hablándome en un idioma que solo mi alma comprendió, pero que se llevó ese parloteo negativo de mi mente.
El aire húmedo se mezcló con mis propias lágrimas y fue como un elixir que se llevó todas las preocupaciones, el dolor, la sensación de ser víctima de un destino nefasto.
Y entonces, se produjo algo increíble.
Comprendí.
Sin palabras, sin explicaciones, sin interpretaciones; comprendí.
Comprendí que cuando nos golpea algo en la realidad y parece que nos tiene contra el piso; cuando hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para resolver el problema pero este se mantiene inexorable; cuando el desafío es mayor que nuestras fuerzas; ese es el momento de soltar.
Soltar nuestras expectativas de como es la «mejor» solución.
Porque seguramente la vida nos tiene preparada una mejor.
Soltar nuestra necesidad de controlar la situación con nuestras manos.
Porque ya es tiempo de aprender que no podemos hacerlo todo solos.
Soltar el apego a nuestra identidad, aquella que generó el problema en primer lugar.
Porque ha llegado el momento de morir para volver a nacer.
Flavia Carrión
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Hola Flavia. Sos una gran mujer y desde que te conocí supe que sos una bellísima persona. Gracias por compartir tu experiencia que nos ayuda a darnos cuenta de la importancia del «soltar»…